En ocasiones nos plantamos como
espectadores de nuestras relaciones como si éstas se deterioraran solas. Como
si por sí mismas poco a poco fueran perdiendo magia, confianza, anhelos. Es
evidente que somos RESPONSABLES de esa realidad. DEL DÍA A DÍA QUE DECIDIMOS NO
CONFRONTAR O MODIFICAR ESA DECENA DE ACTITUDES QUE SABEMOS (lo sabemos, nos lo
ha dicho nuestra pareja; han sido protagonistas de innumerables discusiones y
agarrones) están mermando la convivencia pero sobre todo, por así llamarlo, la
capacidad para seguir produciendo enamoramiento. La cotidianidad es en verdad
canija porque -de no detenernos un segundo a detectar que estamos incurriendo
en dichas actitudes- pueden pasarse meses o hasta años sin siquiera voltear a
verlas, a atacarlas y buscar medios desde personales hasta soportados en ayuda
profesional para modificar. Un día, de pronto, todo revienta. Y tenemos que
aceptarlo,
la relación está deteriorada. Podemos sentarnos por días frente al
espejo a culpar a la otra parte, a pensar en lo que dejó de darnos o
provocarnos. En todo lo que no nos hizo caso, en todas las demandas y
solicitudes en todos los estados de ánimo imaginables que le hicimos y que
omitió. Después notamos que hubo un momento en el que nos dimos por vencidos y
aprendimos a vivir con ‘sus defectos’; incluso a amarlos bajo un concepto
equivocado de ‘amor incondicional’. Porque nos enseñaron que debemos amar pese
a que dichos actos nos estén ajando el bienestar, la confianza, la paz
(mental y emocional).
Pero pese a todo ello, sabemos,
valoramos y pese a una clara tipificación de sus defectos, queremos sanearla,
rescatarla. Reencender la llama, que en términos de sexo, vemos que apenas es
una flamita de encendedor de a tres por 10 pesos. Nuestros encuentros cada vez
son menos asiduos y mecánicos. El efecto ‘rescatador’ es más común que se dé en
las mujeres. Culturalmente somos más apegadas, incluso biológicamente según
algunos autores. Tenemos que buscarle la solución a la relación deteriorada, al
grado de llegar -como bien se dice- a buscarle chichis a la iguana.
Claro, hay grados de deterioro desde
esos sutiles letargos regalos de la monotonía y la falta de magia, ese estar
por estar; hasta los deterioros financiados por golpes, empujones, jalones de
greña y gritos/insultos. ¡Ah, cabrón! -pensamos- ¿Cómo llegamos hasta allí? A
esa ‘insoportable levedad’ tipo Kundera, hasta al dramón digno de un capítulo
de Mujeres Asesinas.
El asunto de sanear es la prueba más
difícil. Es por encima de todo, comenzar por trabajar en uno mismo, en detectar
y desmenuzar nuestras fallas personales, con el mismo ojo criticón con el que
destazamos los de nuestra pareja. Y ver qué fue lo que nosotros -bajo efectos
de la cotidianidad, del ‘pos así soy’- no modificamos, no nos dimos el permiso
ni el valor (de ‘huevos’, no de valía), de atacar y mejorar.
Ambas partes deben estar perfectamente
comprometidas, de fondo y no de palabra producto de la lágrima y moco de ver la
relación resquebrajarse y predecir su muerte, a esa modificación personal para
llevarla a un nivel integral. Y claro, la contraparte debe estar enterada: esa
intención de sanear la relación de manera unilateral, pensando que así la otra
parte cambiará es fracaso anunciado, ‘Yo solit@ puedo’. No.
En equipo, cosa que pareciera simple.
Entonces, casi siempre cuando nos sumergimos en las entrañas de nuestros
defectos también surge como efecto la resolución de si realmente queremos estar
ahí, si realmente creemos que vale la pena continuar. ¿Podemos vivir con ello,
incluso modificado? El miedo a quedarse solos, a volver a empezar, a dividir
desde las cosas simples hasta las relaciones con amigos/hijos/compañeros de
vida, también empieza a angustiar. La respuesta primaria es ‘Claro que quiero
estar ahí’. Luego, se aclara un poco más porque hay una pequeña voz jodona que
nos dice ‘No mientas, en el fondo tienes pánico a estar sol@’. O bien, no
importa cuánto se esfuerce cada parte, hay simplemente personas que no pueden
estar juntas, no, por salud mental. Simplemente no hay más que dar ni qué
hacer.
Y claro, también se puede llegar al
veredicto de ‘Sí quiero’, con verdadera honestidad. Y hay que comenzar a
trabajar en conjunto. El trabajo personal ya se llevó a cabo, nos resta
movernos como pareja. De tal modo, que garanticemos que serán cambios de fondo,
reales y postreros. Sí, se puede, claro, pero no está hecho para personas que
suelen sentarse a esperar a que ‘las aguas se acomoden’, ‘que el efecto del
letargo vuelva’. Hay que atreverse y poner en marcha todo el espíritu posible.
Duele, dolerá pero poco a poco irá regalando una realidad palpable, de
felicidad que no está agarrada con alfileres.
¿Cómo ven? ¿Les ha funcionado? ¿Están
en medio de esa sensación de ‘Ya nos cargó el payaso’ pero no queremos
aceptarlo?
*Fuente: Elsy Reyes
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