Por César Barrera Vázquez
De minifalda de cuero negro, zapatillas de tacones largos color rojo y blusa
pequeña, minúscula, que deja entrever un tatuaje arriba del ombligo, la Chantencler
se pasea por la Avenida Madero como si fuera una reina, una emperatriz de la
noche.
La Chantencler, así le dicen sus amigas (o amigos, dependiendo de cómo estén vestidos), es una de las muchas criaturas equívocas, de sexualidad ambigua que se pasean por el centro de la ciudad de Colima en la madrugada.
Y es que su físico tampoco sugiere nada: tiene una espalda pequeña, un cuerpo espigal y facciones sutiles, finas, casi femeninas. Otras (otros) son más evidentes. Por ejemplo, Cristal. Él (ella) no engaña a nadie: sus facciones son toscas y el maquillaje, por más densas que son sus capas de polvo cosmético, no ocultan la epidermis de lija varonil que tiene.
“Eso no importa, niño. Los que vienen por aquí –porque sí nos suben, aunque
La Chantencler, así le dicen sus amigas (o amigos, dependiendo de cómo estén vestidos), es una de las muchas criaturas equívocas, de sexualidad ambigua que se pasean por el centro de la ciudad de Colima en la madrugada.
Y es que su físico tampoco sugiere nada: tiene una espalda pequeña, un cuerpo espigal y facciones sutiles, finas, casi femeninas. Otras (otros) son más evidentes. Por ejemplo, Cristal. Él (ella) no engaña a nadie: sus facciones son toscas y el maquillaje, por más densas que son sus capas de polvo cosmético, no ocultan la epidermis de lija varonil que tiene.
“Eso no importa, niño. Los que vienen por aquí –porque sí nos suben, aunque
no
lo creas--, ya saben muy bien lo que quieren”.
-- ¿Qué quieren, Chantencler?
Duda en responder. ¿Sabe que es un delito, que está prohibido la prostitución?
No le pregunto; me lo guardo en la mente. Su amiga (o), Cristal, se aleja de
donde estamos y se va a la otra esquina. Cosa extraña, tengo más de media hora
y no ha pasado ni una patrulla, ni un policía.
Le ofrezco un cigarro. La Chantencler lo acepta y con un ademán provocador,
sexual hasta cierto punto, me indica que se lo encienda.
--¿No le dicen nada, digo, por estar aquí? ¿No las levantan?
-- Sí nos levantan. A veces los azules y a veces otros. Todo depende de la
suerte.
La Chantencler fuma copiosamente, como si estuviera nerviosa. Se acomoda su
falda y busca en su bolsa algo; segundos después, saca un celular.
-- ¿Por qué aquí, Chantencler, por qué aquí y no en la Zona de Tolerancia?
-- ¿Por qué no? De ahí vengo. Pero ahora estoy aquí.
-- ¿Los conoces a todos?
Conforme avanza la noche se aglutinan más y más, se concentran en las esquinas
y en el jardín.
-- Unos son amigas; con otros no me llevo tan bien.
--¿Desde cuándo haces esto?
-- ¿Por qué me haces tantas preguntas? ¿Qué tiene que ver mi vida personal con
tu trabajo?
Se lo había dicho una hora antes, como a la una de la madrugada. Le había dicho
que era estudiante de periodismo, que quería hacerle unas preguntas relativas a
su forma de vida, pero que principalmente me quería enfocar sobre cómo era la
vida nocturna del centro, su trabajo y por qué lo hacía.
Creo que pensó, al principio, cuando estaba carraspeando para aclarar mi
garganta, para que salieran las palabras más claras y entendibles, que quería
algo con ella (él), que quería un “servicio completo”.
--Pero, ¿por qué lo haces?
-- Desde niño andaba de loca. A los siete años me puso una madriza mi papá
porque me encontró con la ropa de mi hermana. Pero siempre he sido una loca (se
ríe). Uno nace así, qué le va hacer.
-- ¿Y el dinero, cuánto cobras?
-- ¿Cuánto tienes? (se ríe) No te creas. Poco o mucho. El dinero no importa. Lo
que importa es que a uno le guste lo que hace (se ríe).
La voz de la Chantencler es femenina pero estridente. Rara hasta cierto punto,
pero no desagrada.
La primera patrulla se deja ver e inunda la oscuridad con sus luces rojas y
azules. La Chantencler parece no inmutarse. Mira la patrulla que pasa,
lentamente, de largo, sin decir nada. No pasa lo mismo cuando ven a personas
tomando en vía pública: sirenas a todo volumen, llantas que derrapan en el
asfalto y la fuerza imponderable, brusca del policía que somete al jovencillo,
al chamaco que queda detenido y reducido a criminal. Ni tos.
-- Sólo te pueden detener si te ven subiendo al auto o, de plano, si te agarran
con las manos en la masa. Pero generalmente sólo te piden que te retires. O te
dicen algo por la ropa, o en nuestro caso la falta de ropa (ríe).
La risa de la Chantencler da miedo. Ya es tarde, le ofrezco un último cigarro y
la dejo trabajar. NI TOS.
Reportaje interpretativo // Trabajo de periodismo
de segundo semestre
Periodismo de investigación
*Fuentes de información: conversaciones con algunos travestís que concurren en el centro, entre el Jardín Libertad y el Torres Quintero, un sábado en la noche.
*Fuentes de información: conversaciones con algunos travestís que concurren en el centro, entre el Jardín Libertad y el Torres Quintero, un sábado en la noche.
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