De acuerdo
con la neurofisiología, el amor maduro -que implica compromiso, mayor
consciencia de la vivencia en pareja, el enriquecimiento de la vida del otro a
través de las propias acciones-, suceden hasta que la corteza prefrontal del
cerebro concluye su maduración. Este proceso además es responsable del lenguaje
social, moral y lógico para la elección de la pareja con base en la evaluación.
Sucede en los hombres hasta los
22 años; en las mujeres a los 19. Antes de
dicho fenómeno, la capacidad para desarrollar relaciones duraderas y sólidas es
muy limitada.
O sea, en
una pareja donde hay una amplia diferencia de edad, el nivel de compromiso en
ambas partes no será el mismo si uno de ellos es menor ya sea a los 19 o a los
22 respectivamente. No significa que no puedan estar juntos pero su concepto de
compromiso puede ser dispar porque sus necesidades emocionales difieren.
Digamos, no se asombren si su novi@ de 18 nomás no logra comprometerse con
ustedes a sus 25. Y claro, en plena etapa de ‘inmadurez’ de la corteza pre
frontal, en ambos miembros del hermoso idilio adolescentil, las relaciones son
casi volátiles. Ni qué decir si ella tiene 23 y él 17, por ejemplo. Sí,
neurofisiológicamente las mujeres maduramos antes.
Ahora ya
pasado el lapso de dicha maduración y en gran diferencia de edad, las
situaciones más allá del compromiso pero relativas a la convivencia pueden ser
complejas. La existencia del amor y la atracción no se enjuician sino los efectos
del día a día cuando no se comparten los intereses o las necesidades en cuanto
a entretenimiento, lenguaje social y una larga lista.
Hay
historias muy exitosas donde él tiene 40 y algo y ella veintitantos (o
viceversa) , no obstante por lo general requiere que una de las partes se
adapte a los intereses o estilo de vida de la otra; o bien, haya una adaptación
recíproca -donde el control puede ser algo invisible, porque a veces la
adaptación es imperativo con el fin de encajar y uno termina ‘adaptándose’ a
base de conflictos; digamos elegantemente a la de a huevo. Y lo logra quien
visible o invisiblemente ejerce más poder en la relación y/o sobre el otro. A
mí que nadie me venga con que las relaciones presumen de total equidad, porque
-muy humano y hasta necesario- en cada par hay el que trae la batuta más
agarrada que el otro y/o se la turnan. Inevitable.
Ahora,
¿dónde va a terminar la historia? Es una respuesta personalísima y dependerá
justo -hablando de compromiso- de que esas diferencias se logren negociar y se
quiera ceder. No hay más.
*Fuente: Elsy Reyes
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