La seducción no es una tarea fácil y como tal, no sin cierto
patetismo simplón, con cierta frecuencia se le eleva a nivel de arte.
Conquistar el interés de una persona en ese primer momento en que ambas son
absolutos desconocidos parece, desde cierta perspectiva, una hazaña
notablemente menos fácil que ascender el Everest o cruzar a nado el Atlántico.
De ahí que, como consecuencia más
o menos previsible ante semejante dificultad, en ocasiones se recurra a planes
sumamente enrevesados con los que la lógica racional intenta domesticar el azar
y la contingencia asociados con ese encuentro entre dos personas.
Pero quizá pocos tan elaborados
como el de un joven japonés de 25 años, Yoshihito Harada, detenido
recientemente por la policía, acusado de reventar más de